Los días 16 y 17 de diciembre de 1926 se reunieron en
Sevilla los escritores Federico García Lorca, Rafael Alberti, José
Bergamín, Juan Chabas, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y
Luis Cernuda para clausurar el homenaje al poeta cordobés Luis de
Góngora. Este grupo de poetas se conocería posteriormente como la
Generación del 27.
Además, el 16 de diciembre es el día en que nació uno de
sus más destacados miembros: Rafael Alberti.
"Ética para Amador" de Fernando Savater
páguna 33
CAPITULO CUARTO
DATE LA BUENA VIDA
¿Qué pretendo decirte
poniendo un «haz
lo que quieras»
como lema fundamental de esa
ética hacia la que vamos tanteando? Pues
sencillamente (aunque luego
resultará que no
es tan sencillo,
me temo) que hay que dejarse de
órdenes y costumbres, de premios y castigos, en
una palabra de
cuanto quiere dirigirte
“desde fuera” y que tienes que plantearte todo este asunto
desde ti mismo, desde el fuero interno
de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que no debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti
mismo. Si deseas saber en qué puedes
emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya
desde el principio
al servicio de otro o
de otros, Por
buenos, sabios y
respetables que sean:
interroga sobre el
uso de tu libertad...
a la libertad misma.
Claro, como eres chic@ list@ puede que te estés dando ya
cuenta de que aquí
hay una cierta
contradicción. Si te
digo «haz lo
que quieras» parece
que te estoy
dando de todas
formas una orden,
«haz eso y
no lo otro» (...)
página 47
(…) De lo que se trata es de tomarse en serio la
libertad, o sea de ser responsable. Y lo serio de la libertad es que tiene efectos indudables, que
no se pueden borrar a conveniencia una vez
producidos.
Soy libre de comerme o no comerme el pastel que tengo
delante; pero una
vez que me
lo he comido,
ya no soy libre
de tenerlo delante
o no. Te pongo otro
ejemplo, éste de Aristóteles (ya sabes, aquel viejo griego …):
si tengo una piedra en la mano, soy libre de conservarla o de tirarla, pero si
la tiro a
lo lejos ya
no puedo ordenarle
que vuelva para seguir
teniéndola en la
mano. Y si
con ella le
parto la crisma
a alguien... pues tú me dirás.
Lo serio de la libertad es que cada acto libre que hago limita mis posibilidades al elegir y realizar una de ellas. Y no vale la trampa de esperar a ver si el resultado es bueno o malo antes de asumir si soy o no su responsable.
Lo serio de la libertad es que cada acto libre que hago limita mis posibilidades al elegir y realizar una de ellas. Y no vale la trampa de esperar a ver si el resultado es bueno o malo antes de asumir si soy o no su responsable.
Quizá pueda engañar al observador
de fuera, como pretende el niño que dice « ¡yo
no he sido!
», pero a
mí mismo nunca
me puedo engañar
del todo. Pregúntaselo… ¡a Pinocho!
De modo que lo que llamamos «remordimiento» no es más que el
descontento que sentimos
con nosotros mismos
cuando hemos empleado mal
la libertad, es
decir, cuando la hemos utilizado
en contradicción con lo que de veras queremos como seres humanos.
Y ser responsable
es saberse auténticamente libre, para bien y para mal: apechugar con
las consecuencias de lo que
hemos hecho, enmendar lo malo que
pueda enmendarse y aprovechar al máximo lo bueno. A diferencia del niño malcriado
y cobarde, el responsable siempre está dispuesto a responder de sus actos: «
¡Sí, he sido yo! » El mundo
que nos rodea,
si te fijas,
está lleno de
ofrecimiento para descargar al
sujeto del peso de
su responsabilidad. La culpa de lo malo
que sucede parece
ser de las
circunstancias, de la sociedad en la que vivimos, del sistema
capitalista, del carácter que tengo
(¡es que yo
soy así), de
que no me
educaron bien (o me mimaron
demasiado), de los anuncios de la tele, de las tentaciones que se
ofrecen en los
escaparates, de los
ejemplos irresistibles y perniciosos...
Acabo
de usar la
palabra clave de
estas justificaciones: irresistible.
Todos los que
quieren dimitir de su responsabilidad creen
en lo irresistible,
aquello que avasalla sin remedio, sea propaganda, droga, apetito,
soborno, amenaza, forma de ser... lo
que salte. En
cuanto aparece lo
irresistible, izas! deja uno de
ser libre y se convierte en marioneta a la que no se le deben pedir cuentas.
Los partidarios del autoritarismo creen firmemente en lo irresistible
y sostienen que es necesario
prohibir todo lo que
puede resultar avasallador:
¡una vez que
la policía haya
acabado con todas las
tentaciones, ya no
habrá más delitos
ni pecados!
Tampoco habrá ya
libertad, claro, pero
el que algo
quiere, algo le cuesta... Además ¡qué gran alivio, saber
que' si todavía queda por ahí alguna tentación suelta la responsabilidad de lo
que pase es de quien no la prohibió a tiempo y no de quien cede a ella!
¿Y si yo
te dijera que
lo «irresistible» no es más
que una superstición, inventada
por los que le tienen
miedo a la
libertad? ¿Que todas las
instituciones y teorías
que nos ofrecen
disculpas para la responsabilidad no
nos quieren ver
más contentos sino sabernos más
esclavos? ¿Que quien
espera a que
todo en el mundo
sea como es
debido para empezar
a portarse él
mismo como es debido ha nacido para mentecato, para bribón o para las dos cosas,
que también suele pasar?
¿Que por muchas prohibiciones que
se nos impongan y
muchos policías que
nos vigilen siempre podremos
obrar mal -es
decir, contra nosotros mismos- si
queremos? Pues te lo digo,
te lo digo
con toda la convicción del mundo. (…)